Comentario
A partir de 1945 puede hablarse con toda propiedad de la expansión por la mayor parte del mundo de los principios que Estados Unidos desarrolló en su interior. Los grandes vencedores en la contienda se erigen en incontestados árbitros de la situación mundial, contrapesados por la Unión Sovíetica, que, debilitada durante decenios, sirve de beneficiosa comparación respecto a los logros obtenidos por el liberalismo económico democrático, del que Estados Unidos se alza como principal intérprete.
La gran república de América del Norte difunde sus ideales de universalidad, igualdad y reinado del derecho mientras implanta su influencia sobre amplias zonas del globo. En la vecina América Latina, donde su presencia era determinante desde hacía años, Washington desplaza los declinantes intereses de una Gran Bretaña en decadencia. Los antiguos imperios coloniales europeos se abren a la penetración de las actividades norteamericanas, que en muy breve tiempo ocupan posiciones dominantes frente a una Europa replegada sobre sí misma.
En el mes de abril de 1945, es decir, cuatro meses antes de la finalización de la guerra, fallecía el presidente Roosevelt, cuya personalidad había centrado la vida social y económica de su país durante más de doce años. Su desaparición significaba el fin de una época que modificó en profundidad las estructuras de la nación americana, desde que impuso su New Deal -Nuevo Trato- como solución a la crisis económica de 1929.
Su empresa se había visto desnaturalizada con el paso de los años, y la guerra fijó unas condiciones que en gran medida actuaban de forma autónoma. Llegado el momento de la paz, Estados Unidos manifestaba unas características sensiblemente alejadas de las de antes de la guerra.
La necesidad de acomodar las estructuras productivas a las exigencias bélicas trajo como consecuencia una transformación de las mismas. La sociedad norteamericana conoció durante el período bélico unas modificaciones más marcadas que las que previamente impuso el programa reformador de Roosevelt y su grupo. En la esfera política, en el año 1945 se incrementaron los poderes gubernamentales, tendencia que el Estado bélico había potenciado en detrimento de la descentralización que se mantenía en importantes áreas de las actividades públicas.
Todos los planos de la vida nacional quedaron intervenidos y estrechamente controlados por los poderes públicos. Estos se manifestaron decididos a instrumentar todas las posibilidades de acción, para la obtención de la victoria bélica primero, y para el fortalecimiento y expansión de los intereses norteamericanos sobre el mundo inmediatamente después.
Uno de los problemas más acuciantes de la administración Roosevelt era en 1933 el masivo desempleo generado por la crisis económica. Las actividades bélicas habían hecho desaparecer el problema gracias al aumento de las necesidades productivas. Se habían incorporado al mundo laboral amplios sectores de sus mecanismos, entre ellos las mujeres y las minorías raciales.
El nivel de vida de la población norteamericana experimentó un sensible aumento al unísono con el crecimiento del consumo que la euforia productiva fomentaba en los sectores alzados a planos de intervención social. Estados Unidos imponía en el interior de su sociedad condiciones de vida definidas por un más alto grado de igualitarismo; esta circunstancia se uniría a fenómenos concurrentes, como la desarticulación de los lazos familiares tradicionales y el cuestionamiento de valores hasta entonces jamás puestos en entredicho.
Llegado el momento de la paz, el país se enfrentó al desafío de la asimilación material de la victoria y la readaptación a los usos normales de vida trastocados por el conflicto. La reordenación de estructuras internas se complementaba ahora con la adecuación a su nuevo papel de potencia internacional, decisoria en mayor grado que ninguna otra. El fin de la guerra -que concluía con la derrota absoluta de Alemania y Japón- hallaba a Norteamérica en una situación excepcionalmente ventajosa en comparación con sus aliados europeos, triunfadores bélicos, pero materialmente arruinados.
La sociedad norteamericana podía ser entones calificada de opulenta; el 75 por 100 del capital invertido en el mundo se situaba en su territorio, así como los dos tercios de la capacidad industrial existente en el globo. La renta del ciudadano norteamericano doblaba la del europeo del momento con los efectos derivados de esta realidad sobre aspectos que, como el alimentario, se presentaban por entonces en la mayor parte del mundo como gravísimos problemas de dificultosa resolución. Ello hacía que toda posible comparación en este ámbito con respecto a los países de la depauperada Europa alcanzase diferencias realmente extremas.
En el interior del país, las provisiones acerca del final del conflicto habían preocupado a extensas masas trabajadoras que temían el retorno al desempleo una vez desaparecidas las circunstancias especiales que habían producido el incremento de la producción. Sin embargo, ni la reducción de la producción de bienes de uso bélico ni la masiva desmovilización -que supondría el reingreso en el campo productivo de más de diez millones de antiguos soldados- provocarían problemas de gravedad para el trabajador norteamericano. Estados Unidos, plenamente inmerso en su nuevo papel de primera potencia universal, efectuó una armónica y adecuada transformación y adaptación de su aparato productivo.
El material de guerra fue sustituido por los artículos de consumo directo, que la población reclamaba como efecto derivado del incremento de sus posibilidades adquisitivas. Las fuertes inversiones de gasto público y la inmediata necesidad de rearme que la anunciada guerra fría suponía, contribuyeron a la estabilización y aun al aumento del empleo. En un país como Estados Unidos, llegado el año 1946, solamente podían ser contabilizados unos dos millones de trabajadores en paro, lo que no alcanzaba siquiera la proporción del 4 por 100 del total de su población activa.
La reinserción social de los que habían intervenido en la guerra era una importante tarea para la administración Truman, que se enfrentó a fuertes movimientos huelguísticos en exigencia de mejoras laborales. Las industrias fundamentales del país -acero, automóviles, ferrocarriles y minería, sobre todo- quedaron afectadas por el enfrentamiento entre patronos y obreros en defensa de sus particulares intereses. La intervención gubernamental, tanto en el plano impositivo de medidas como en el amistoso de solución de problemas planteados, fue muy marcada.
Al mismo tiempo, se apreciaba una verdadera oleada de conservadurismo en aquella sociedad. Los progresos logrados por los ya citados sectores tradicionalmente marginados experimentaron un sensible retroceso. La violencia del matiz racista rebrotaba en el convulso sur del país, y se recortaban los derechos laborales de la mujer en beneficio de los hombres que se reincorporaban a las tareas productivas.
De forma complementaria, la intransigencia ideológica se abría camino poderosamente ya durante los meses centrales del año de la victoria, para alcanzar su culminación y declive pocos años más tarde. El clima de guerra fría, que se intuía claramente antes de terminar el conflicto, fomentaba en el momento del triunfo actitudes tendentes a la exclusión de quien se encontrase en posiciones diferentes a las mantenidas por el poder. La persecución de individuos acusados de izquierdistas, o más burdamente comunistas, tendría sus inicios cronológicos en estos meses finales de 1945. La Administración republicana, que accedió al poder tras las elecciones de 1952, se convirtió en instrumento de esta política de represión interior, dentro de un mundo organizado en función de dos posiciones ideológicas antagónicas y excluyentes.